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domingo, 5 de agosto de 2012

Se fue hace medio siglo, pero solo físicamente. El inagotable misterio de Marilyn...

Se fue hace medio siglo, pero solo físicamente.

El inagotable misterio de Marilyn...

ÍCONO. Envidiada por las mujeres y deseada por muchos caballeros en todo el mundo.
Recuerdo. La símbolo sexual apareció muerta un día como hoy a las tres de la madrugada. A raíz de su confusa partida se ha creado una serie de explicaciones sobre qué le pasó realmente.
Ángel Fernández-Santos.
Diario El País (España).

El 5 de agosto de 1962, y cada cinco años, los cronistas del lado sombrío del cinetienen subrayada en negro su cita con una vieja e inagotable ceremonia de profanación. Es, cada cinco años y desde hace 40, el rito del nuevo desenterramiento y de las cenizas de la inagotable noticia de la muerte, en su casa de Brentwood, en Los Ángeles, de unamujer de 36 años llamada Norma Jeane Baker, conocida en todo el mundo comoMarilyn Monroe, que en la década de los años cincuenta dio el último empuje de esplendor a Hollywood.
Cuando ocurrió su suicidio, o lo que fuese aquello, el suceso se ensanchó hasta rozar zonas de vértigo, por estar indirectamente involucrado en él John Kennedy, un presidente ennoblecido por su asesinato, pero que hoy, 40 años después de aquello, vuela más alto por su condición de amante de Marilyn Monroe que por sus propias hazañas o fechorías.
Aunque la inercia de los primeros funerales periodísticos de Marilyn Monroe mantiene la fecha de la madrugada del día 5 de agosto, parece cada vez más probable que la actriz muriese unas horas antes de lo dicho. A eso conduce la mayor parte de las conjeturas arrancadas de un suceso del que no se conocen, aunque parece evidente que los tuvo, testigos directos y en el que al zarpazo del suicidio, que ya se abrió paso otras veces en otras alcobas de la actriz, se añade, para unos, una estúpida negligencia médica y, para otros, el epílogo, sórdido y tumultuoso, de la larga y extenuante batalla de la actriz contra el poder, esta vez encarnada en una ruptura sentimental con Robert Kennedy, hombre de poder.
Aunque casi todos los que tiraron de algún hilo de aquella siniestra trama ya han muerto o, si viven, han enmudecido, hartos de repetir su rencor o su disculpa y su coartada, la caja de las conjeturas acerca de lo que ocurrió aquella noche en Brentwood sigue aún abierta y de ella saltan a la luz nuevas esquinas de la intriga. Este cambio se produce en gran parte gracias a la solvencia de la Biografía de Marilyn Monroe, que Donald Spoto publicó en 1993, y que es el disparadero de que comience a moverse la idea de que fue algo y no alguien la causa de la muerte de Monroe.
Ella misma diagnosticó, sin percibirlo, su muerte cuando dijo que ‘una estrella era un objeto y ella, que era la estrella absoluta, detestaba ser objeto’. Es este rechazo frontal a sí misma, y al sistema que le exigía convertirse en objeto, lo que la hacía al mismo tiempo fuerte y vulnerable. Y es esto, añadido a su dura ironía hacia lo que llamaba el prostíbulo abarrotado –en referencia a las trastiendas morales de Hollywood– lo que la mató. Y este rasgo suicida hace irrepetible, genial y secretamente corrosiva a la obra de esta mujer.
De ahí que su rostro sea más que el de una estrella, porque su tragedia, como su comedia, no fue nunca fingida, y por ello pervive. Sigue Marilyn, medio siglo después de romper el techo expresivo del estrellato, siendo víctima de cegueras como la delcrítico Val Hennesy, que hace unos años la rememoró como 'una actriz irremisiblemente mala, una mujerzuela autocomplaciente, una niña malcriada disfrazada de mujer y una estrella emperifollada y descerebrada', navajazos a un cadáver que chocan estruendosamente con la delicada idea de quien la dirigió en Bus stop, Joshua Logan, que en 1984, dijo de ella: “Era una de las actrices más geniales que he conocido. Va más allá del arte. Es la actriz de cine más completa desde Greta Garbo. Tiene ese mismo misterio insondable. Es puro cine”.
La singularidad de ese rasgo de ser portadora de puro cine fue captado, de forma intuitiva y perfecta, por una célebre bailarina inglesa, Margot Fonteyn, que la conoció en su momento de plenitud y dijo de ella, ya muerta: “Era asombrosamente bella. Lo que más me fascinó fue su evidente incapacidad para quedarse inmóvil. Así como las personas normalmente mueven los brazos y la cabeza en una conversación, estos gestos se reflejaban en Marilyn en todo su cuerpo, produciendo un efecto como el movimiento de un mar casi encalmado. Se trataba de algo de lo que ella no era consciente. Era en ella tan natural como respirar y en manera alguna es ese meneo afectado que han sugerido algunos escritores”.
No hay mejor captura y descripción interior que esta de aquel invisible, inexplicable, al mismo tiempo misterioso y diáfano, temblor que convertía a Marilyn Monroe en una actriz en carne viva, que actuaba con la totalidad de su cuerpo y que, por ello, era una adelantada a su tiempo, que se enfrentó –y rompió, con terca inteligencia instintiva, en uno de los actos de autodefensa más vigorosos que se conocen– a todo un desalmado y opulento sistema, que obviamente acabó con ella.

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